Nobody commits a murder just for the experiment of committing it. Nobody except us.
Da igual las veces que se haya visto y los años que pasen: Sigue siendo el comienzo más impactante de la historia del cine: Un plano general de una apacible calle por la tarde, una cámara que se va acercando sinuosamente a la cristalera del piso superior de un edificio mientras una música ominosa va en aumento. Las cortinas cubren totalmente las ventanas. Se oye un grito. Sin solución de continuidad pasamos a ver lo que está sucediendo en el interior de la estancia: Dos tipos están asfixiando a un joven con una soga, prácticamente en primer plano, hasta finalmente quitarle la vida para acto seguido esconder el cuerpo del pobre desgraciado en un arcón. El asunto ha sido resuelto en unos pocos segundos con una frialdad extrema.
Pronto sabremos que las motivaciones que han guiado tan aborrecible crimen no son pasionales ni mundanas: Brandon (John Dall) y Phillip (Farley Granger) un par de atildados y ociosos estudiantes, han decidido hacer bueno aquel título de Thomas De Quincey: «Del asesinato considerado como una de las bellas artes». En su crimen hay una mezcla de precisión quirúrgica y desapasionamiento de viviseccionista, aliñado con clasismo (la víctima era alguien de su círculo social, un compañero de estudios a quien consideraban inferior) y una generosis dosis de humor macabro: Como colofón han ideado una velada en la estancia donde se ha producido el asesinato, usando el arcón a modo de mesa. Por si eso no fuese suficientemente retorcido, los invitados son, en su totalidad, del círculo de la víctima: Su padre, su prometida, su mejor amigo.
Pronto, también, nos daremos cuenta de que aunque el crimen ha sido cometido en pareja, no se trata de una relación equitativa: Brandon es claramente el líder, un tipo cínico y dominador que ha sometido al apocado y artístico Phillip hasta el punto del asesinato. Empleo el término «pareja» en toda su extensión: El subtexto homosexual en su interacción es harto evidente. O todo lo evidente que podía serlo en la década de los 40. Arthur Laurents, uno de sus guionistas, lo expuso de manera cristalina: «Rope was obviously about homosexuals.«. Pero yo no sabía eso la primera vez que vi Rope. Lo que encendió mi bombilla en aquel visionado fue un intercambio muy breve que tiene lugar en los primeros minutos de la película, al poco de haber cometido el crimen: Tras servirse unas copas de champán, Phillip le pregunta a Brandon como se ha sentido acerca del asesinato, Brandon hace una pormenorizada descripción, en tono cada vez más excitado, Phillip se muerde el labio y le pide que siga, Brandon prácticamente sin aliento le replica «¿Y tú como te sentiste?». Hay algo marcadamente sexual en toda la conversación, esa dinámica sexo/muerte tan común en la obra de Hitchcock. La subversión que realiza es genial: Socapa de una trama criminal consigue llevar a la pantalla algo que era definitivamente más ominoso en el mundo de entonces.
A la velada también ha sido invitado Rupert Cadell (James Stewart) el antiguo profesor de los protagonistas, una suerte de nietszchiano de salón que entretiene a sus contertulios hablando del derecho al asesinato como un arte que solo debería ser ejercido por aquellos que son superiores (¿Os suena?) Si consiguen engañarlo a el también, habrá sido un crimen perfecto: ¿Lo conseguirán?
Mucho se ha hablado ya de la alquimia técnica de esta película, la ilusión que consigue de estar realizada en un único plano y los malabarismos que hubo que hacer en el set para lograr ese efecto. Algo encomiable, sin duda, pero no es lo que me hace volver a ver Rope.
Lo que me atrapa cada vez más de la película es su retorcida atmósfera onírica: Esa velada estrictamente en tiempo real, la ciudad que se vislumbra al otro lado de la cristalera, claramente un decorado; Como intercambian cortesías y nimiedades mientras se sirven tarta al lado del arcón que contiene al hombre muerto por el que todos no paran de preguntar; Hay algo entre opresivo y mareante en esa habitación en la que todos se agolpan, en la manera en que mencionan a David, la ansiedad creciente en su entorno por no verlo aparecer, el juego macabro del que son víctimas. El perturbador charm con el que Brandon agasaja a los invitados y se permite alguna licencia de humor negro («¿Es el cumpleaños de alguien? / Es casi todo lo contrario) la tensión creciente de Phillip.
Rope no fue lo que se dice un gran éxito: La trama fue considerada muy oscura para la época (y eso que, me temo, solo captaron la mitad) y al público le costó ver a James Stewart en una obra así, tan alejado de su habitual imagen amable. Las críticas positivas valoraron, casi en exclusiva, los aspectos técnicos de la película. Eso explicaría porque pasó a engrosar la lista de lo que se dió en llamar «Lost Hitchcock», un puñado de cintas que salieron totalmente de la circulación hasta después de la muerte del director y que no volverían a ver la luz hasta comienzos de los 80: ¡Eso si que fue un crimen!