Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable.
Los que siguen esta sección (¿Existís?) verán que se ha roto una tradición: La frase del encabezado siempre está en versión original, pero hoy no, ¿Por qué? Por una palabra de diferencia, concretamente la que hay entre commited e inevitable. Un matiz aparentemente nimio, pero que le otorga un plus de contundencia al maravilloso monólogo de Jesus Raza (Jack Palance) en el tramo final de la película.
No recuerdo la primera vez que vi The Professionals, pero si el efecto que tuvo en mí: Me desarmó. Era todo lo que siempre se había pregonado sobre «The Wild Bunch», pero sin montajes pasados de rosca y con un ritmo mucho más fluido.
La película podría encuadrarse en eso que los guiris daban en llamar men on a mission: Un puñado de tipos con todas las probabilidades de triunfar en contra, forjando camaraderías y afilando rivalidades mientras pugnan por lograr sus objetivos. Se trata de un subgénero por el que uno siente especial debilidad y que brilló especialmente durante la década de los 60 en sus vertientes western y bélica: «The Magnificent Seven», «The Secret Invasion», «Dirty Dozen», «Devils’ Brigade»…
The Professionals narra la historia de un mercenario, «Rico» (Lee Marvin) que recibe el encargo de comandar un grupo de, valga la redundancia, profesionales al otro lado de El Paso, rumbo a los dominios del revolucionario mejicano Jesús Raza (Palance) quien, en teoría, ha secuestrado a la mujer (Claudia Cardinale) del gringo adinerado que ha puesto en marcha la misión. Hay, sin embargo, un matiz: Tanto Rico como su viejo camarada Bill Dolworth (Burt Lancaster) antes de ser unos cínicos cazarreecompensas fueron unos jóvenes idealistas que muchas lunas atrás cruzaron el Rio Grande para hacer la revolución codo a codo con Raza.
Hay un equilibrio entre acción pura (¿puede ser uno de los primeros exponentes del género?) y lirismo que le confiere un ritmo único a la película; Hay, también, una saludable (¡Y muy moderna!) subjetividad en el plano moral: Los protagonistas en compañía de quienes cabalgamos no son mucho mejores que lo que tienen enfrente (Ya lo sospecha Lancaster/Dolworth: «Quizás solo ha habido una revolución desde el principio, los buenos contra los malos. Pero, ¿Quiénes son los buenos?») y, sobre todo, hay un guión que es una absoluta maravilla, una montaña rusa de frases lapidarias e intercambios afortunados, que van de lo cómico a lo trascendente sin despeinarse [Aquí debería ir ahora una vindicación de la obra en la que se basa la película y cómo influye en el texto, una novelita pulp de atómico título, A Mule For The Marquesa, que confieso no haber leído]
Si alguien roba el show en esta película, ese es Burt Lancaster. Su Bill Dolworth es una versión, algo más madura y definida, del Joe Erin que encarnó en «Vera Cruz»: Un tipo cuyo extremo sentido de la practicidad le ha despojado de cualquier escrúpulo moral, un buscavidas que se ha dado cuenta de la gran farsa que es el mundo y ha decidido que lo más juicioso es reírse de él todo lo que pueda ¿Puede encontrar la redención alguien así? La respuesta a esa cuestión (y algunas otras) se encuentra en este western crepuscular al otro lado de la frontera, una fábula árida y romántica sobre la camaradería, el paso del tiempo, el amor y el honor. Un capolavoro, que dirían los italianos.