I’m not from New York, like I told you.
Uh, I’m from Michigan. I… I just, I talk
like this because it’s the way tough guys talk.

Sucedió en los noventa. O, para ser más exactos, entre el 94 y el 97. Pulp Fiction había sacudido los cimientos de la cultura de masas y el panorama fílmico se llenó de súbito de películas en clave neo noir, con asesinos a sueldo trajeados departiendo sobre cultura pop, golpes que salen mal, personajes excesivos y bandas sonoras retro sobre explosiones de violencia. Fue una suerte de metadona de serie B que mantuvo la Tarantinosis a raya hasta la llegada de Jackie Brown y que produjo obras de desigual calidad como Things To Do In Denver When You’re Dead, Kiss of Death, Albino Alligator o Killing Zoe, entre otras.

La película que traigo hoy podría encuadrarse sin problemas en esa categoría: Con un -aparentemente- bajísimo presupuesto (¿Se estrenó en cines?) y uno de los repartos más excesivos de la década, The Last Days… Narra las peripecias del personaje titular, un sicofante de bajo nivel (Dennis Hopper) de un gángster local, Sal (Michael Madsen) Frankie es un ser patético, literalmente una mosca que revolotea en torno a Sal y su troupe de matones, que lo someten a constantes humillaciones. Aunque se ve a sí mismo como el último exponente de una estirpe de tipos old school («Eso es por lo que el mundo se está convirtiendo en una mierda, los chicos no tenéis respeto por nada, no tenéis Elvis, no tenéis Sinatras. No tenéis nada» le espeta a un atónito aparcacoches que no ha tratado con el cuidado debido a su preciado coupé) lo cierto es que no es más que un recadero dedicado a trabajos de poco lucimiento: Desde prepararle cócteles al jefe a supervisar como marcha uno de sus negocios: La producción de películas pornográficas.

En el set nos encontramos con Joey (Kiefer Sutherland), un director graduado en el NYU Film Institute que de alguna manera ha acabado desquiciado grabando porno de escuálido presupuesto para la mafia. Quizás su ludopatía galopante tenga algo que ver. Allí también conoceremos a Margaret (Daryl Hannah) una ex heroinómana y pornstar reticente que anhela ser una actriz de verdad. Ese encuentro pondrá en marcha la rueda de acontecimientos de la película: Frankie -se ha enamorado- quiere ayudar a Margaret a cumplir su sueño, Joey quiere que Frankie haga una apuesta en el hipódromo por él con dinero de Sal -¿Y si se entera? Quizás no se lo tome muy bien-

Leyendo las líneas de más arriba uno podría imaginarse un noir sin más, pero como buena cinta de esos mimbres concebida en pleno post-Tarantinismo tiene un tono muy particular, inconfundiblemente de su época: La canción de los Coasters con la que abre la película (En la BSO también hay números de Chuck Berry o Little Richard) el gusto por el diálogo, la capacidad de moverse entre situaciones cómicas y estampas completamente sórdidas ¡Michael Madsen! Su Sal es tan sádico como el Mr. Blonde de Reservoir Dogs. Estamos hablando de un tipo que se pasea por las calles de L.A con una chaqueta de lamé azul, un chal de seda y unas Ray Ban Balorama.

No quiero engañar a nadie: The Last Days of Frankie the Fly no es una gran película, pero posee ese intangible que es el encanto. Ese factor que hace que caces una película a horas intempestivas en la televisión y la retengas en tu memoria hasta el punto de querer dedicarle unas líneas. Una de esas películas que solo podían haber salido en los locos noventa.

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