The Ex-Presidents… are surfers.
Es altamente improbable que me cruce con esta película por televisión y no me quede a verla, sin importar en que momento del metraje se encuentre, hasta el final. Aunque no sé francés, puedo aventurar que nunca habrá sido objeto de un monográfico de Cahiers du cinema e intuyo que, para cierto público que vive a espaldas de la dimensión popular del cine, esta no pasará de ser una cinta de acción de los primeros 90s (¡Ay!)
Bajo el envoltorio de surfistas y banda sonora hard rock podía rastrearse en Point Break un ADN compartido con esfuerzos pretéritos como The Wild Bunch (Sam Peckinpah, 1969) o The Professionals (Richard Brooks, 1966): Historias que plantean el dilema entre el valor de la camaradería (aunque sea la que ofrece un fuera de la ley) o cumplir la misión encomendada (aunque la orden venga de unas instituciones con las que el cazador ya no se identifica)
El argumento de la película hace buena esa teoría de que no importa tanto una trama como lo que se haga con ella. Puesta sobre el papel, parece terriblemente serie B: Johnny Utah, otrora prometedor atleta universitario devenido en agente del FBI, recibe el encargo de infiltrarse en una banda de atracadores de bancos, a la sazón surfistas, los «Ex-Presidentes», así llamados porque dan sus golpes cubriendo sus rostros con máscaras de Nixon, Reagan o Carter. Leído así, en frío, uno visualiza una movida totalmente camp, un direct to VHS de manual de los que sacaba la Cannon allá por los 80. ¿Cómo consigue Bigelow trascender esa categoría?
Con atmósfera y carisma. Mucha.
Point Break está envuelta en uno de los trabajos de fotografía más alucinantes que he visto nunca, con una saturación muy -lo digo como halago- MTV de la época. Las ubicaciones son arrebatadoras: Venice, Santa Monica y otras playas de ensueño de Los Angeles; la acción, de primera. Y, lo mejor de todo, las dinámicas entre los personajes, sobresalientes: Las interacciones de Utah (un jovencísimo Keanu Reeves, en uno de esos papeles entre misteriosos y atribulados que tan bien se le dan) con Angelo Pappas, el policía quemado por el caso de los atracadores envuelto en camisas que pueden darte un ataque epiléptico; El triángulo entre Utah, la enigmática Tyler Ann (un personaje femenino cortado de una dureza no tan común en la época) y… Bodhi.
En España lo vieron claro a la hora de titular la película: ¿«Punto de ruptura»? No gracias: LE LLAMAN BODHI, una traducción de autor muy libre,pero muy bien tirada: Hacia 1991 Patrick Swayze iba a completar una etapa, algo menos de un lustro, en la que se propuso ser el tipo más cool del planeta: Dirty Dancing, Ghost y Road House , películas entre el taquillazo, el novelón romántico y el icono generacional. No tiene nada de particular que los distribuidores quisiesen poner el foco en él. Bodhi es la expresión de todos los sueños y los anhelos de libertad que se resisten a ser domesticados por el adocenamiento de una vida adulta en sociedad, un Peter Pan surfero adicto a la adrenalina con ramalazos violentos que comanda una cuadrilla de forajidos en busca de la ola perfecta.
Point Break posee una cualidad que pocas películas tienen y que no se puede elegir: Está llena de vida y aunque subyace un fondo violento rezuma joie de vivre: Jornadas eternas de surf al final del verano y fiestas nocturnas con hogueras en la playa. Y, aunque sabemos que es una historia condenada a no acabar bien, por el camino tendremos camaradería de la buena, admiración entre rivales, amor, traición y hasta algo de redención. La vida, en fin.