– Made it, Ma! Top of the world!
Cine de gangsters y noir. Etiquetas que pueden dar la apariencia de intercambiables pero que son el producto de épocas distintas, con unos presupuestos estéticos, morales y hasta diría que psicológicos harto diferenciados: El primero tiene su auge en la década de los 30, fábulas morales entre ráfagas de Thompson en las que el crimen nunca paga, protagonizadas por tipos como Edward G. Robinson o George Raft. El noir, por su parte, es un producto de los 40, películas con un marcado sentido fatalista protagonizadas por antihéroes ambiguos en el plano moral pero cuyas motivaciones podemos llegar a entender. Hay quien dice que el género arranca con High Sierra, la obra que encumbró a Humphrey Bogart en la que daba vida a un ex convicto que se ve arrastrado a retomar su antigua vida. Lo novedoso de la película era la manera en que estaba definido el personaje: Era un criminal, si, pero tenía miedos, recuerdos y deseos. Veíamos como se enamoraba, se ponía nervioso y experimentaba el rechazo. Lo comprendíamos.
White Heat subía la apuesta: En sus primeros minutos de metraje vemos como «Cody» Jarrett (James Cagney) asesina a sangre fría a los dos maquinistas, un par de pobres diablos, del tren que acaba de asaltar. Ese es el tipo en compañía del cual vamos a pasar la película. Conviene situarse en el tiempo para valorar la audacia del movimiento: Estamos a finales de los 40, a varias décadas de distancia del trabajo de Scorsese o Tarantino, realizadores que normalizaron poner el punto de vista en los ojos de asesinos, criminales, sádicos y demás fauna de turbio pelaje. Tras una presentación así lo lógico habría sido contentarse con un magnífico villano en dos dimensiones, pero a lo largo de la película lo veremos eufórico, despechado e incluso -en uno de sus momentos cumbre- roto por el dolor.
Cody es una de las construcciones definitivas del cine negro: Un tipo impredecible atormentado por terribles dolores de cabeza (siempre vi aquí una analogía de trazo grueso sobre una enfermedad mental) unido a su madre por una relación de dependencia que linda con el complejo de Edipo. Un psicópata explosivo interpretado por Cagney con absoluta electricidad. Como todo noir merecedor de tal nombre, el clima moral es árido: Personajes entregados a la codicia y a la doblez, un mundo de depredadores donde las lealtades son móviles y los afectos intercambiables: Al poco de entrar Cody en prisión su mujer, prototípica femme fatale, se alía con su segundo en la banda para tratar de quitárselo de en medio.
Recuerdo bien la primera vez que vi (parte de) White Heat, siendo un niño: Cacé su explosivo final en una de esas televisiones locales que menudeaban antes de la llegada de la TDT. Esa imagen demoníaca de Cagney aullando «Lo conseguí, Ma, estoy en la cima del mundo!» me pareció sumamente potente. Cuando al fin la vi entera, muchos años después, la experiencia estuvo a la altura del recuerdo: Un noir crudo, violento y repleto de acción, con un guión generoso en diálogos de fuego rápido, seco y cortante (You wouldn’t kill me in cold blood, would ya? / No, I’ll let ya warm up a little.) que conforman una película que, pese a contar con más de setenta años a cuestas, no muestra una sola arruga.