Este estado de (¿permanente?) suspensión de la realidad, dónde el presente es mísero y el futuro se perfila incierto está desatando oleadas nostálgicas de diferente magnitud: Fotos que se comparten, grupos de WhatsApp que se reactivan súbitamente, una cierta tendencia a mirar el pasado inmediato y-no-tan-inmediato a la luz de una cierta idealización hija de la prohibición y el hastío. Todo esto ya lo sintetizaron Humble Pie en el título de su primer disco, y perdonen la traducción algo macarrónica y peregrina: Tan seguro como lo es el ayer.

Esta entrada nace de dos fogonazos instintivos, dos pensamientos a cuenta del pasado que a buen seguro no me habrían asaltado de haber seguido la vieja normalidad su plácido curso rutinario.

El primero tuvo lugar hará cosa de una semana. Ordenando mi cuarto di con una libreta. En su interior, agazapadas entre las páginas cuadriculadas, había toda suerte de items nisupus que llevaban durmiendo el sueño de los justos como mínimo entre 10 y 12 años: Folletos de Munster Records y otros sellos del ramo, octavillas anunciando conciertos en salas extintas (Presidiendo los Fuzztones), pasquines de grupos que vi pero de los que solo puedo atisbar un vago recuerdo…

[Antes de seguir, quizás se impone una explicación de lo que uno entiende por nisupu. Como muchos sabréis, es acrónimo conformado por las primeras sílabas de ni su puta madre. Pese a la intención aparentemente vejatoria, en mi entorno ha sido y es una manera cariñosa -¡Y en nuestro idioma, que carajo!- de designar lo que otros llamarían underground. Ejemplos prácticos: “Voy a ver esta noche a una banda nisupu, el guitarra creo que estuvo en The Drones” “He descubierto un grupo de Power Pop de Portland buenísimo. Son nisupu, pero cosa fina”]

… Ante la visión de todo aquello lo primero que pensé fue: “Buscando en el baúl de los nisupus, uuuh” con la melodía de Karina y tal. Luego, como uno tiene algo de sociólogo aficionado y estudioso de músicas alternativas y tribus urbanas (Podría ser una asignatura que diese créditos en una carrera de letras) me puse a cavilar. Pensé que, aunque en su momento nunca me hubiese dado cuenta, había en esos entonces una cierta -si se me permite la expresión- industria de lo nisupu: Revistas que se editaban, sellos, promotoras, asociaciones civiles articuladas en base a montar eventos en clave rockabilly garajera, conciertos callejeros, fanzines (recuerdo algunos fotocopiados que daban en mano en las terrazas de los bares, con viñetas de ínfima calidad gráfica) Visto con distancia supongo que se trataba de un vestigio de los 90s, y que la gente que había vivido su despertar en esa década (ya entre los treintaytantos y los cuarentaypocos) seguía teniendo ánimo y cuerpo de organizar cosas. Que no se me malinterprete: No me retiré a un monasterio cisterciense tras la época consignada en los papeles que hallé en esa libreta, uno ha ampliado su cartera de intereses, pero pienso que un chaval que tenga la edad que yo tenía en ese entonces y con las afinidades que tenía en esa época (rock and roll, surf, garaje, power pop…) se aburriría infinitamente más ahora.

El segundo chispazo lo tuve hace un rato.

Es curioso como funcionan a veces los engranajes de la mente. Hace un rato, como ya decía, me asaltaron imágenes de algunos conciertos a los que he acudido. Eso en sí no tiene nada de particular. Todos estamos evocando en mayor o menor medida lo que hasta hace poco dábamos por sentado: Una cerveza en un bar, un viaje modesto, ir al cine, ver a nuestra pareja, ir a un concierto.

Lo curioso -o no- es que no pensé en ninguna de las veces que haya podido ver a Bob Dylan. Tampoco en cuando vi a Bruce SpringsteenJohn Fogerty AC/DC. Tampoco en la que muy posiblemente sea la banda de mi vida, The Rolling Stones. Por mi cabeza no pasaron Iggy Pop, The Who o los New York Dolls. Ni siquiera conciertos con un aura íntima y especial, como cuando vi a Nick Lowe en el Teatro Alameda.

No, nada de eso.

Lo que a mi mente ha acudido no son canciones, ni conciertos en sí. Han sido ráfagas, chispazos, sobre todo de grupos nacionales de los que en muchos casos no tengo ni un solo disco y en otros tantos no volví a ver en directo. Para más inri, quienes han invadido fugazmente mis pensamientos ni siquiera han sido las figuras principales, obvias (los cantantes, vamos) de esos grupos. Destellos de lo que estimé carisma pura -quizá inesperada- que de algún modo quedaron fijados en mi subconsciente.

Recordé al bajista de Maika Makovski de camisa -¿con chorreras?- roja desprendiéndose del instrumento para centrarse en agitar frenéticamente unas maracas. También del jovencísimo guitarra de The Phantom Keys (aparentaba andar por los veintipocos años que yo tenía, bajando la edad media del grupo considerablemente) pegando guitarrazos a lo Dave Davies y dando tientos a un botellín de Cruzcampo. También, sobre ese mismo escenario, a Los Twang desplegando su frat rock ante una audiencia incomprensiblemente gélida, con un bajista anfetamínico invadiendo las primeras filas blandiendo su Danelectro Longhorn. Por seguir con las cuatro cuerdas, también recuerdo al de los Strypes -grupo que tuvo cierto hype pero que a mi nunca me dijo nada especial- dando una verdadera lección de carisma y pulverizando a sus compañeros, un verdadero frontman. Veo a un tipo trajeado en el costado izquierdo del escenario con The Limboos tocando feliz sus maracas entre rachas de lluvia intermitente, sentándose a ratos al órgano y echando mano a veces -solo a veces- de una vetusta Epiphone Riviera.

¿Por qué ellos y no alguno de los mentados más arriba? Supongo que tiene que ver con eso del factor humano: La cercanía, los clubes, los bares… Y ese gusto no menos humano por lo impredecible y lo inesperado -dos variables que suenan a ciencia ficción en el actual e hiperregulado estado de las cosas- que nos hace únicos.

Dejar una respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here