La belleza de la tristeza

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SALVADOR TÁVORA (1930) Fotografía: Castro Lorenzo

Dejó escrito Luis Rosales que “quizás no tiene historia la alegría”. Es -por tanto- el dolor nuestro único bagaje. De ese pozo denso lleva más de 40 años bebiendo La Cuadra, a cuya portón se siguen asomando máquinas desgarradoras, toros picassianos y quejíos de sangre. Salvador Távora conserva coleta de matador de los de antes de Belmonte; cuando los toreros se fraguaban en mataderos y la necesidad enseñaba más que la vocación. Le duele el Sur y huye de caretas almibaradas… de La Gracia como I+D de Despeñaperros pa’bajo.

Se estrelló con el duende en El Cerro Del Águila sevillano, con el Bizco Amate cantando al compás de las soldadoras de Hytasa. Fue carne de exilio y ahora descansa en su tierra con las botas de bailaor puestas, gastadas de dar taconazos por todos los escenarios del mundo. En una de estas, vió caer las torres de Manhattan mientras Carmen bailaba con un caballo tordo, al son de Las Cigarreras.

Sabe que un ¡Ay! vale más que un libreto entero. Y que el flamenco de alegre sólo tiene los tonos. Intuye cerca al Minotauro y no le teme. Siempre tuvo claro que Teseo era un pelmazo y que Ariadna aún guarda hilo de sobra para salir de este laberinto.

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