Los años 50’s, el kilómetro 0 de la cultura pop. No ha existido década tan paradigmática en la consolidación del ocio juvenil como la presente, que va a conocer la elevación de la tan denostada race music mediante los conductos del rhyhtm and blues y el rock and roll, la definitiva democratización del disco, asentándose como un objeto definitivo en el imaginario del consumismo teen -mediante los asequibles singles- y, tanto o más importante, la imposición de un canon estético completamente nuevo: Una verdadera explosión de color en la segunda mitad del decenio que hizo que todo lo facturado con anterioridad pareciera de repente terriblemente obsoleto.

Pocas explosiones en el ámbito de la música moderna han tenido una magnitud comparable, una onda expansiva semejante, a la producida por la primera oleada del rock and roll. Individualidades desbocadas, hijos de la era post-atómica y de capitalismo exacerbado que devino en la creación del concepto teenager; reverso subversivo y hedonista de una sociedad pacata que los veía -no sin cierta razón- como a unos potenciales corruptores de vocaciones; catalizadores de tradiciones musicales -y culturales- cuya fusión se consideraba, antes de su irrupción, antitética. Francotiradores, en suma, que crearon la música del futuro a partir de unos mimbres inmemoriales.

Elvis Presley – «Elvis Presley» (RCA, 1956)

Pese a lo que puedan dictar las apariencias (esto es, a la vitola de rey del rock and roll o a que su debut en gran formato fue editado a primeros de 1956, más de un año antes del lanzamiento de las otras piezas totémicas del género) Elvis Presley era uno de los artistas más novatos de ésta primerísima hornada del rock. Mientras que otros, cómo Chuck Berry, llevaban en la pelea desde el ocaso de los años 40’s, las primeras grabaciones de Presley al abrigo de Sun Records se habían producido un par de años antes.
Sin embargo, su fuerza desbordante, pura hambre juvenil, su presencia de joven galán á la James Dean, su potentísima voz y, conviene no obviarlo, el hecho de que fuera un blanco haciendo música de negros, -lo que demuestra el arrojo y afán de superar los convencionalismos de la época de nuestro hombre, pero también lo convierte en el altavoz mediático de los nuevos sonidos, como ponen de manifiesto sus numerosas apariciones televisivas – convence a los capitostes de RCA de que, pese a que sólo ha realizado unas pocas sesiones con ellos, ya va siendo hora de que se estrene con un LP que muestre su valía.
Conformado por un equilibrado conjunto de relecturas de ascendente country y rhythm and blues, Elvis Presley, artista y álbum, rinde cuentas con un santuario de influencias dispar, que va de Carl Perkins a Little Richard, pasando por Ray Charles o composiciones de Rogers and Hart (uno de esos dúo de compositores tan en boga en la época). Secundado por ese line-up ya mítico, con Scotty Moore a la guitarra, Bill Black al contrabajo y DJ Fontana a la batería, Elvis muestra su oficio en una serie de cortes rítmicos y reverberantes que capturan la esencia del género en un par de minutos: «Blue Suede Shoes», «I Got A Woman», «Tutti Frutti»… Sin renunciar a despachar temas de basamento pop como «One-Sided Love Affair» o mostrar su buen hacer como baladista en «I Love You Because», «I’ll Never Let you Go (Little Darlin’)» o «Blue Moon». Un redondo histórico, que mostraba una versión temprana, pero plena de poderío y confianza de un intérprete multidisciplinar.

Johnny Burnette and The Rock and Roll Trio (Coral, 1956)

Lanzado en las postrimerías del ’56, esto es, surfeando en la estela del debut de Elvis debemos sin embargo evitar ceder a la tentación de catalogar al debut en largo del trio de Johnny Burnette como un producto continuista del facturado por el Ruiseñor de Tupelo. Aún similar desde un punto de vista formal, «Johnny Burnette and The Rock and Roll Trio» es plenamente poseedor de esa cualidad, con algo de alquimia, del mejor rock and roll primitivo: En sus mejores momentos («Honey Hush», «All By Myself», «Rock-a-Billy Boogie», «Train Kept A Rollin'») el sonido que propulsa a las canciones, caótico y deslavazado, parece que va a descarrilar en cualquier momento. Esa cualidad le insufla tensión y filo al repertorio, repleto de acústicas agrestes, guitarras saturadas, punteos como picahielos y aullidos extemporáneos. Uno de los discos más abiertamente crudos de la primera hornada rock.

Little Richard – «Here’s Little Richard» (Specialty, 1957)

Personificación del carácter depravado y rompedor del primer rock and roll, Richard Wayne Penniman, un negro, homosexual y disoluto radicado en los Estados Unidos de la segregación y la paranoia puritana resaca de la caza de brujas, facturó una pieza telúrica, que propulsándose desde sonidos de ascendente religioso, como el gospel, abrazaba el rhythm and blues y prácticamente sentaba las bases de lo que sería el rock and roll. Armado con un piano flamígero y dotado de una voz jubilosa, puro magnetismo animal, Little Richard pasaba revista a una serie de números frenéticos («Tutti Frutti», «Ready Teddy», «Rip It Up»,»She’s Got It»…), sin renunciar por ello a mostrarnos su lado más baladístico en cortes como «Baby». Bien es cierto que se puede enumerar una larga lista de intérpretes de rhythm and blues anteriores que ayudaron a realizar la transición entre un género y otro, otorgándoseles en no pocos casos la vitola de padres fundadores (T-Bone Walker, Esquerita o el primer Ike Turner serían buenos ejemplos) pero Richard lo hizo más rápido, más directo y más salvaje que nadie hasta la fecha. La reina del rock en todo su esplendor.

Gene Vincent and His Blue Caps – «Gene Vincent and His Blue Caps» (Capitol, 1957)

Uno de los nombres más oscurecidos del género, la figura de Gene Vincent, el ángel negro, resulta sencillamente fundamental para entender la rama blanca del rock and roll, aquella que acabó derivando en lo que se dió a llamar rockabilly. Respaldado por un conjunto de salvajes virtuosos -no, no tienen porque ser términos excluyentes-, los Blue Caps, Gene fraguó una colección de canciones incisivas, crudas, qué resultan un resumen excelente de lo que fueron los primeros zarpazos del movimiento. Abordadas con un espírito casi punk, licks tocados a la velocidad del sonido, cortesía de Cliff Gallup y aullidos de fondo, las canciones se van sucediendo conformando el libro de estilo del rockabilly, espejo en el que se mirarán formaciones tan dispares cómo los primeros Beatles (cuando se hacían llamar The Silver Beatles y tocaban en Hamburgo), Stray Cats o The Cramps.
Capaz de moverse con soltura entre afilados números de rock and roll y azucaradas baladas, abunda lo primero frente a lo segundo: Cortes como «Red Blue Jeans And A Pony Tail», la Elviesca «Hold Me, Hug Me, Rock Me», la absolutamente desquiciada «Cat Man»,»Double Talkin’ Baby», «Pink Thunderbird» o «Pretty, Pretty Baby» son un documento imprescindible para saber qué fue, qué es el rock and roll.

Chuck Berry – «After School Session» (Chess, 1957)

Cualquier pretensión mínimamente seria de estudiar los primeros compases del rock and roll ha de pasar, obligatoriamente, por la obra de este músico fogueado en la escena de clubes del St. Louis segregado, cuya aportación, un verdadero monumento a la inmediatez, ha sido fundamental para la práctica totalidad de guitarristas dedicados al rock surgidos tras él.
Pionero en la fusión de géneros, concepto tabú en un país cuyas listas de éxitos estaban, también, segregadas, Berry ya había jugado a mixturar country y rhythm and blues un par de años antes con «Maybellene», corte que obtuvo una buena respuesta tanto en los charts de country & western como en los de race music, lo que suponía todo un hito en aquella época.
Cómo tantos otros elepés de aquel decenio, «After School Session» es en realidad una compilación de singles ya editados y temas pertenecientes a sesiones anteriores que se remontaban hasta 1955, basculando entre hits impepinables («School Days», «Too Much Monkey Business», «Roll Over Beethoven», «Brown Eyed Handsome Man») a medio camino entre el himno teenager y el comentario social despachado con socarronería; ribetes de blues guitarrero y de country, algún número instrumental, alguna balada e incluso algún gran clásico en la sombra (La espectacular y evocadora «Havana Moon», en la que suena por momentos a su colega Bo Diddley) que termina por confirmar un debut en largo sobresaliente, en la que la chulería y el desparpajo de Berry, su sentido del riff y su fino lirismo siguen brillando como el primer día.

Bo Diddley – «Bo Diddley» (Chess, 1957)

Bo Diddley, el paladín olvidado. Mientras que pocos niegan la pujanza, influencia y relevancia de los dos discos mencionados más arriba, parece que el legado de Ellas McDaniel ha quedado restringido a círculos de connaiseurs, no siendo tratado en muchas ocasiones como lo que a todos los efectos es: Uno de los pioneros de mayor envergadura del género. Sin él, hubiera sido imposible la aparición de posteriores explosiones de signo vanguardista: La práctica totalidad de combos adscritos a la britsh invasion, The Velvet Underground o The Stooges no pueden explicarse sin la concepción minimalista de la que hacía gala en sus primeras grabaciones, arropado por un escueto conjunto en el que destacan el ancestral, cuasi-místico, chorro voz de Diddley y sus riffs reverberantes y monolíticos así como las idiosincráticas marcas de Jerome Green, que terminan de redondear el componente elemental del album.
Resulta cuánto menos irónico que el célebre «Diddley beat», su sonido de signatura, esa guitarra que suena como un latido, al que siempre se ha asociado con raíces africanas y tribales fuera ideado por Bo a partir de un tema de Roy Rogers, adalid absoluto del cowboy televisivo, lo que de paso demuestra las extrañas alquimias sónicas a partir de las que se construyó el rock and roll.
Compilación de singles editados de 1955 en adelante, éste debut en disco grande homónimo contiene un puñado de temas crudos, repetitivos y, pese a todo, adictivos que serían versionados hasta el hartazgo por los cachorros blancos del siguiente decenio: Piezas cómo «Bo Diddley», «I’m A Man», «Before You Accuse Me», «Hey! Bo Diddley» o «Who Do You Love?» forman, junto al contenido de sus dos siguientes elepés, parte del canon indispensable del artista.

Carl Perkins – «Dance Album» (Sun, 1957)

Uno de los pioneros indiscutibles del rock and roll en líneas generales, y del rockabilly en particular, del que es considerado directamente su fundador, Carl Perkins tardó lo suyo en ver publicado su primer esfuerzo en gran formato, sobre todo si tenemos en cuenta que llevaba dedicado a la música desde la segunda mitad de los años 40’s.
Cómo otros tantos intérpretes adscritos al rockabilly, la primera vocación de Carl fue el country, al cual le fue añadiendo elementos de rythm and blues que terminaron por gestar un nuevo sonido que causaba estupefacción en el circuito de locales country en el que se movía secundado por sus hermanos.
Fue, indudablemente, uno de los primeros intérpretes en engrosar la aristocracia del género, siendo sus grabaciones una presumible fuente de inspiración para nombres como Gene Vincent, Buddy Holly, Eddie Cochran o el primer Elvis, que vieron que era factible que un blanco pudiese jugar al rock and roll sin perecer en el intento.
No cabe duda de que números como la archiconocida «Blue Suede Shoes» -una de esas canciones que por sí solas resumen todo un género-, «Honey Don’t», «Everybody’s Trying To Be My Baby» o «Matchbox» deberían haber elevado a Perkins al Olimpo del género, sin embargo, no fue así: Un accidente automovilístico sufrido el año anterior a la edición de éste elepé le mantuvo fuera de juego en lo que fue un año fundamental para la cimentación del estilo, viendo cómo algunos cachorros más jovenes de, cómo Elvis, le tomaban la delantera.
Dramas personales aparte, «Dance Album» resulta una excelente foto-fija para entender la evolución desde postulados country que siguieron buena parte de los pioneros del género. Así, junto a los temas mencionados más arriba, encontramos cortes rebosantes de twang y espíritu hilbilly como «Movie Magg», «Sure To Fall» o «Tennessee».

Buddy Holly & The Crickets – «The Chirping Crickets» (Brunswick, 1957)

Pocas propuestas hay tan inoxidables al paso del tiempo como la puesta en práctica por el tejano en su primer esfuerzo en largo. Pese a su tempranísima muerte a la edad de 22 años, el corpus artístico de Holly es impresionante, sabiendo evolucionar en el lapso de unos años de unos de esos dúos country tan de pueblo y tan del sur a patentar el libro de estilo del pop.
Sus estructuras, sus secuencias de acordes cristalinos, su uso de los coros, sus arreglos,sus riffs;todo ha sido mil veces expoliado a lo largo del tiempo. Y lo seguirá siendo, sin conseguir desgastarlo.
Muestra «The Chirping Crickets» una colección de temas de una frescura exuberante, que parecen haber cortado lazos con la tradición rythm and blues inherente al género, edificando un nuevo sonido, si bien podemos apreciar ciertos guiños al lado negro del rock and roll (El tempo heredero de Bo Diddley en «Not Fade Away», así como las relecturas de Chuck Willis y Little Richard)

Jerry Lee Lewis – Jerry Lee Lewis (Sun, 1958)

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Tirando mucho de reduccionismo, se puede catalogar a Jerry Lee Lewis como una versión blanca y hilbilly de Little Richard (y por tanto, más fácil de asimilar en plena era de la segregación racial): Sus flamígeros rudimentos interpretativos y la importancia otorgada al piano en su música facilitaban ese paralelismo. Lee hibridó su sonido entre escapadas a garitos del lado prohibido de la ciudad (el de los negros) y la omnipresente influencia de la música religiosa. De ese caldo de cultivo emergió un intérprete mercurial e imprevisible, espoleado por adicciones, culpabilidad judeocristiana y tortuosa vida personal.
Pese a no contener -incomprensiblemente- sus dos mejores disparos, el debut en disco grande del Killer de Louisiana para Sun funcionaba como un elocuente aviso a navegantes: Más espídico que Elvis, más blanco que Little Richard y más negro que Buddy Holly. Pese a abundar la pólvora ajena (versiones, de entre otros, Carl Perkins, Hank Williams y Elvis) es un corte de factura propia, «High School Confidential» el que termina por llevarse el gato al agua con su comienzo sinuoso y su despliegue de imaginería adolescente.

Eddie Cochran – «12 Of His Biggest Hits» (Liberty, 1960)

Fuera de década en el plano estrictamente cronológico, esta recopilación fue el último elepé editado en vida Eddie Cochran así como su primer trabajo póstumo. Sí, lo han adivinado: Cuando Cochran engrosó la nómina del santoral de rockers muertos en acto de servicio, su disquera se puso manos a la obra y sin muchos reparos de orden moral rebautizó el presente trabajo con el más sugerente, por morboso, de «The Eddie Cochran Memorial Album». Dada su condición de grandes éxitos, «12 Of…» es una apuesta segura a la hora de sumergirse en las virtudes de su cancionero, a saber: Viñetas concisas (ninguna se acerca a la marca de los tres minutos), entre irónicas y mundanas, despachadas con voz rasposa, nervio adolescente y acompañamiento minimalista y reverberante. A la tripleta ganadora de «Summertime Blues», «C’mon Everybody» y «Somethin’ Else» se suman baladas evocadoras («Three Steps To Heaven»), pistoletazos hilbilly («Cut Across Shorty») o una sorprendente relectura de Ray Charles («Hallelujah, I Love Her So») Pese a su pronta desaparición, la figura de Cochran fue determinante, particularmente en la música producida en las islas británicas (Resulta complicado encontrar a alguien más que contase con la rendida admiración de, entre otros, Keith Richards, Lemmy Kilmister, Pete Townshend, Marc Bolan y Sid Vicious) y no es descabellado afirmar que el revival rockabilly que se vivió en décadas posteriores a ambos lados del Atlántico descansa prácticamente sobre la vindicación de su figura, siempre joven, carne de mitificación.

 

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